Hace tiempo, cuando escribí Los poemas de la arena , tuve ocasión de asomarme al inmenso cajón de perlas que es la poesía árabe. Una amiga, la filóloga María Teresa Olszewska, filóloga árabe, me orientó y me facilitó bibliografía para escribir esa novela, para imaginarme a los personajes recordando y leyendo poemas árabes, desde los muallaqat preislámicos a las canciones populares, hasta llegar a los poemas reinvidicativos de Darwish, Tawfiq Zayyad, Isa Al-Nauri, Nizzar Kabbani…

En mi ignorancia de entonces (¡y en la de ahora!) leer aquella colección de libros supuso una experiencia conmovedora, porque el pulso del corazón de la poesía es idéntico en todos los idiomas. Cuando me invitaron a leer algunos poemas de Darwish en la Casa Árabe sentí un profundo regocijo, como si a alguno de los protagonistas de mi novela le hubieran conmutado la pena de desierto y le hubieran invitado a leer en aquel escenario.

Elegí cuatro poemas breves. Tres, en el que aparece el llanto por la tierra y los compatriotas heridos, muertos o desterrados. Otro más lírico, más universal e igualmente conmovedor. Hélos aquí, como una pequeña muestra…


La niña, el grito

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En la playa hay una niña, la niña tiene familia

y la familia una casa.

La casa tiene dos ventanas y una puerta…

En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan

por la playa: cuatro, cinco, siete

caen sobre la arena. La niña se salva por poco,

gracias a una mano de niebla,

una mano no divina que la ayuda. Grita: ¡Padre!

¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.

El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,

no responde.

Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.

La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de

la playa. Grita en la noche desierta.

No hay eco en el eco.

Convierte el grito eterno en noticia

rápida que deja de ser noticia cuando

los aviones regresan para bombardear una casa

Con dos ventanas y una puerta.

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Ramala, agosto del 2006. Traducido del árabe por María Luisa Prieto.


Teníamos tras la verja un limonero

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Teníamos tras la verja un limonero.

Sus granos amarillos brillaban como lámparas.

Sus flores eran un fragante abanico en nuestro barrio.

Teníamos tras la verja un limonero.

Nuestro.

Mas, para hacer adorno de sus galas

y diadema y aroma de sus ramas

nos lo cortaron.

Nos dejaron sin nuestro limonero.

Nuestros ojos no volvieron a ver la primavera.

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Traducido por Pedro Montávez y Mahmud Sobh.


Salmo III.

Cuando mis palabras

eran tierra…

era amigo de las espigas.

Cuando mis palabras

eran indignadas…

era amigo de las cadenas.

Cuando mis palabras

eran piedra…

era amigo de los arroyos.

Cuando mis palabras

eran estallido…

era amigo de los terremotos.

Cuando mis palabras

eran un revulsivo…

era amigo del optimista.

Cuando se convirtieron mis palabras

en miel

cubrieron las moscas

mis labios.

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Del diwan Te quiero o no te quiero , Traducido por Manuel Jiménez Lucena.


Sonata V.

Te palpo como el violín solitario los arrabales lejanos.

Lentamente, el río reclama su parte de lluvia.

Un mañana que pasa por el poema se aproxima poco a poco,

yo porto la tierra lejana y ella me lleva por los caminos.

Sobre el caballo de tus costumbres, mi alma teje

de tu sombra un cielo natural, hilo a hilo.

Yo he nacido de tus actos en la tierra y de mis heridas

cuando esparcen las flores de granado de tus jardines cerrados.

La sangre de la noche fluye blanca del jazmín. Tu perfume

es mi debilidad y tu secreto me persigue cual picadura de serpiente. Tu pelo

es una jaima de viento con colores otoñales. Camino con las palabras

hasta el fin de las palabras del beduino a dos parejas de palomas.

Te palpo como el violín la seda del tiempo lejano

y crece, en torno nuestro, la hierba de un lugar antiguo y nuevo.

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Traducido por María Luisa Prieto.


Regalo de la Casa Árabe. Serigrafía “Mémoire”, por Amina Benbouchta. Año 2007.